martes, 3 de diciembre de 2013

La vida en el Gran Chaco

Es un espacio natural, humano y cultural que da vida y sustento a casi siete millones de personas, uniendo los territorios de Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil. Los personajes y los secretos de un paraíso en estado de alarma ecológica. 

Por: BIBIANA FULCHIERI para RUMBOS edición digital


El Chaco es un mundo: ocupa el 6% de América del Sur y está habitado por siete millones de personas. No, no estamos hablando de la provincia argentina, sino del Gran Chaco Americano, un ecosistema de 1.200.000 km2, compartidos por Argentina (62%), Paraguay (25%), Bolivia (11%) y Brasil (2%), delimitado entre el río Paraná y las Yungas; el Bosque Chiquitano y la Llanura Pampeana.

Es la segunda región boscosa de Sudamérica después del Amazonas y el más grande bosque seco del continente, un fabuloso territorio en el que convive una variedad de ambientes como bañados, esteros, llanuras, sierras, bosques, sabanas y salitrales. Se trata de un espacio natural, cultural y hasta emocional en el que hay registros poblacionales de grupos cazadores-recolectores desde hace 10.000 años; existiendo en la actualidad 27 grupos étnicos diferenciados.

Si bien el ecosistema chaqueño presenta ciertas características propias dependiendo de sus diferentes regiones, en general está seriamente afectado por conflictos ambientales (deforestación, contaminación, inundaciones, sequías, incendios, obras de infraestructura sin estudios de impacto, etc.) y socioculturales (profundización del modelo de apropiación y explotación de tierras, parcialización y agravamiento de situación en ocupantes precarios, marginalidad y vulnerabilidad extrema de poblaciones aborígenes, desalojos, migraciones, etc.) los que vinculados al cambio climático, acceso al agua y desarrollo de su economía, colocan a este territorio en un estado de alerta máxima que requiere prontas estrategias.

WEENHAYEK DEL PILCOMAYO

“El río se nos ha echado a perder y, si se muere, nos arrastrará con él”, dice a manera de recepción Marta Sánchez, pescadora de la etnia weenhayek mostrando con pena un pequeño sábalo cómo única pieza obtenida en la redada matinal por el Pilcomayo, en su campamento de Caipirendita, vecino a Villamontes, pleno Chaco boliviano.

A la vera de esta cuenca sobreviven 1.500.000 de habitantes, cuya mayoría pertenece a algunas de las 12 etnias aborígenes ribereñas (en su mayoría weenhayek, guaraní, tapiete, chorote, toba, wichí, nivakle) las que ven seriamente amenazada su subsistencia.

“Le voy a contar mi vida –continúa Marta invitándonos a su choza de plástico acostumbrada a pelear vientos y arena–: desde los 6 años que estoy en esta posta de pesca, la heredé de mis padres y, en 60 años, nunca vivimos semejante desgracia: apenas sacamos pescaditos por día, todas las familias enteras trabajando para nuestra hambre pero no podemos vender, ¡los billetes no entran en las comunidades! Entonces, ¿cómo hacemos para que nuestros hijos vayan al colegio? Necesitamos ropa, calzados, útiles, combustibles y todo lo que necesitan los blancos, igual somos, igual… No queremos vivir de la ayuda del gobierno ni dedicarnos a otra cosa, somos pescadores que se quedaron sin pescado porque no pueden subir el cemento de los diques paraguayos, y aquí estamos esperándolos en el campamento pero sólo llegan pocos ¡y se salen de las redes de tan chicos! Los pescadores cuando no pescamos estamos cómo presos, sentados en la costa mirando el silencio.”

Moisés Sapiranda, Capitán Grande del Pueblo Weenhayek, el portavoz de las peticiones de los tantos bolivianos afectados por la crisis hidrográfica de la cuenca baja, exclamó: “No podemos esperar más y debemos aprovechar que en 180 años de democracia recién nos toman en cuenta cuando bloqueamos la carretera. Pedimos encarecidamente a todos los que conducen las cancillerías de Bolivia, Paraguay y Argentina que se revise lo que se le hace al río aguas abajo: la ruta 28 y el Proyecto “Pantalón” impiden que los peces suban hasta nuestro territorio y hoy no podemos vivir de nuestro trabajo. Queremos pensar con esperanza y que no nos pasen por las narices con obras que nos perjudican. No queremos emigrar, y por sobre todo !que nadie politice nuestro hambre!”

El Pilcomayo tiene una data de 20 mil años y fue este río el formador del Gran Chaco; quizás uno de los mayores problemas es haberlo puesto como límite nacional entre países, ya que su curso no es seguro y al taponarse tramos de su cuenca aparecen riachos que conforman bañados y estos muchas veces provocan inundaciones. El Pilcomayo es el río de mayor cantidad de sedimentos del mundo, con una tasa media anual de 125 millones de toneladas y ostenta el triste récord de tener la cuenca más contaminada del sur de América Latina y contiene un nivel de arsénico cinco mil veces superior al recomendado por la OMS.

Ronald Cruz llegó a la posta de pesca de Caipirendita arrastrando su desvencijada “chalana” a remos, mientras sacaba las enormes redes hacia la costa exclamó: “¿Le parece que con tres pescados en una mañana pueden sobrevivir mis hijos? Y lo peor es que no tenemos ninguna posibilidad de irnos. El sacrificio de la familia de pescadores es enorme: hay que meterse al agua helada hasta la cintura y colocar las redes, después tirar en cincha con viejos y chicos… en el bote se pasa hambre, frío, sed, enfermedades; probamos pescar con trampas, anzuelo, redes tijera, ganchos ¡Ya no hay caso!”

Dragados de sedimentos, obras de ingeniería que garanticen el normal flujo de las aguas, lagunas artificiales en territorio boliviano para pesca, monitoreo de las comunidades sobre la cuenca del río, trabajo en redes entre ONG y Estados, y la intervención efectiva de la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Pilcomayo, son algunas de las soluciones propuestas por los diferentes damnificados. Moisés Sapiranda concluye: “Un desastre ecológico tarde o temprano será un desastre humano y si el hombre es el culpable, el hombre tiene que solucionarlo.”

EL COSTO DEL DESARROLLO

En el lado paraguayo se vienen sucediendo desde hace décadas los mismos severos problemas chaqueños tales como el avance de la frontera agrícola, promoción del monocultivo, los desmontes ilegales, las inundaciones y las sequías.

“Cansados estamos de soportar persecuciones, amenazas, cárcel y tortura”, relatan Julio Jaimes y Verena Friesen, líderes sociales que oficiaron de baqueanos con los que atravesamos los insondables caminos del Departamento de Boquerón. “Hay una fiebre ganadera en el Chaco Occidental y no queremos que pase lo mismo que allí, dónde la soja arrasó con todo”.

Llegamos de noche al paraje La Princesa (en el municipio paraguayo de Mariscal Estigarribia) donde nos recibió Ricarda Ayala, emblema de resistencia en esa zona roja del mapa de lucha.

“De aquí no me muevo, aunque me sigan tiroteando la tranquera”, asegura Ricarda y su voz sonó más temeraria en esa oscuridad campo afuera. “A mí no me va a pasar igual que a mis padres, que los sacaron a empujones del campo donde vivían y fueron con 11 hijos a vivir al lado de la ruta”.

EL FUTURO ESTÁ EN EL MONTE

“Vienen de todos lados a verme, también llegan extranjeros. ¡Parece que soy una curiosidad!”. Así nos da la bienvenida Sixto Bravo, histórico líder campesino radicado en la zona rural de Añatuya, localidad del sudeste provincial a doscientos km. de Santiago del Estero, provincia que ostenta penosos datos: según la REDAF (Red Agro Forestal Chaco Argentina) en agosto de 2011 se registraron 122 conflictos por tenencia de la tierra y hay 359.300 hectáreas en disputa.

“Yo siempre digo que soy un auto viejo que si se para no arranca más”, bromea don Sixto. “Estas tierras las heredé de mi padre, más de 80 años que la familia vive acá… Quise probar suerte cuando joven en Buenos Aires pero duré muy poco y en el año 78 me radiqué definitivamente aquí”. El establecimiento de la Familia Bravo es un mojón de pasturas naturales rodeado de tuscales, quebrachos, algarrobos y decenas de especies autóctonas vecino a tierras desmontadas llenas de rastrojos y sequía. “Yo pasé de todo para conservar esto que es mío –recuerda con dolor Bravo–, las injusticias que vivimos los campesinos son tremendas ¡Un día aparecieron topadoras queriendo talar mi campo! Comenzamos a unirnos con los vecinos para parar este desmonte terrible… Empezamos a tener continuamente policía, abogados, todos ofreciendo a los campesinos comprarles y muchos aceptaron por monedas. No acepté ningún arreglo para irme y comenzaron los juicios y la persecución para hacerme abandonar esta tierras. Ahora llegué a un acuerdo y sigo con mi sistema de trabajo, conservo el monte y tengo animales con forrajes de tusca. Pero tengo que cuidarme porque, si me distraigo, ¡me alambran hasta la cabeza!”

Si bien desde la sanción de la Ley de Bosques (fines de 2007) el promedio de deforestación anual disminuyó casi un 20% (pasó de 280.000 a 230.000 hectáreas) el mismo sigue siendo muy elevado: entre 2008 y 2011 se desmontaron 932.109 hectáreas. Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco fueron las provincias con mayor desmonte.

“¿Cómo tenemos que hacer para que nos escuchen?”, clama Flora Cruz, representante guaraní de Ledesma (Jujuy) ante el público reunido en el II Encuentro Mundial del Gran Chaco Americano, realizado a fines de septiembre en Buenos Aires. “¿Qué tenemos que hacer para que vean que existimos?” –insiste Flora, con una voz algo temblorosa–, nosotros los guaraníes de Jujuy vivíamos de lo que nuestro “caaguazu” nos daba, que es mucho más que alimento, es una gran espiritualidad la que tenemos con nuestros bosques… Los nuevos dueños de estas tierras ancestrales nos arrinconan cada día un poco más. Y eso es injusto”.




No hay comentarios: