Más de 36 horas después de lo estipulado, el domingo a la noche (hora de Durban, Sudáfrica) los delegados de la cumbre climática COP17 llegaron a un acuerdo: acordaron desarrollar un tratado global vinculante para reducir las emisiones globales de carbono que esté listo para 2015 y entre en fuerza en 2020.
Si la descripción suena confusa es porque lo es: ¿no se supone que cada una de estas cumbres climáticas fueron justamente para firmar, de una vez por todas, un acuerdo para reducir las emisiones de carbono y así evitar un cambio climático peligroso? Sí. Pero las discusiones están llenas de detalles y tecnicismos que vuelven al proceso tan lento y reiterativo que la versión norteamericana de TreeHugger lo llamó “el trágicamente repetitivo Día de la Marmota” (en referencia a la película de los ’90 que trata sobre un día que se repite una y otra vez).
Repasando, entonces: en 2009, en la COP15 de Copenhague se firmó un acuerdo que denotaba la intención de los países de evitar un aumento de la temperatura de 2°C y llamaba a fijar objetivos de recortes de emisiones voluntarios; en la COP16 de Cancún de 2010 se incorporaron esos objetivos voluntarios en un documento en el marco de la ONU y se avanzó en la discusión del envío de fondos para la adaptación de países en vías de desarrollo; y en Durban este año finalmente se acordó la necesidad de crear un tratado global que sea legalmente vinculante para todos los países (tanto desarrollados como en desarrollo).
Este es el punto clave que podría considerarse como un avance: se estableció que se deja de discutir si el acuerdo debe o no ser legalmente vinculante, lo cual podría considerarse un avance. El problema es que los plazos que se fijan son demasiado débiles: 2015 para tener el documento, 2020 para que entre en fuerza.
Puntos clave:
- Se acordó que se debe llegar a un tratado vinculante para 2015 que entre en vigencia en 2020 e incluya a países desarrollados y en desarrollo.
- Mientras tanto, los países avanzarán en sus recortes de emisiones voluntarios.
- Se establece una nueva fase del Protocolo de Kyoto, aunque aparentemente sólo será ratificado por la Unión Europea.
- Se presenta oficialmente el Fondo Verde Climático para mitigación y adaptación de países de 100 mil millones de dólares, aunque en vigencia en 2020.
Otro de los puntos clave de Durban era establecer si el Protocolo de Kioto se extendía a un nuevo período, ya que el primero vence en 2012. Kyoto es el único documento vinculante de reducción de emisiones, pero por sobre todo es un instrumento que permite la compra y venta de bonos de carbono, un mercado del que países en desarrollo se han beneficiado. Se acordó que el mismo se extenderá a una segunda fase, pero se estima que sólo la Unión Europea será parte de la misma (Canadá, Japón y Rusia no aceptarían una nueva fase). Con lo cual, puede considerarse una victoria a medias.
Finalmente, en Durban se anunció oficialmente el Green Climate Fund o Fondo Verde Climático, que serviría para canalizar 100 mil millones de dólares para financiar planes de adaptación y mitigación de gases para países en desarrollo. Aunque el mismo debería funcionar a partir de 2020 y no se estableció de dónde vendrían los fondos.
Hay diferentes formas de mirar a estos resultados. Las voces más urgentes de organizaciones ambientalistas como Friends of the Earth llamaron al acuerdo una “cáscara vacía” que “deja al planeta volando a toda velocidad hacia un cambio climático catastrófico”. Y desde WWF hablaron de un “compromiso poco claro para un acuerdo global en 2020 que podría dejarnos legalmente atados a un calentamiento global de 4°C”.
Estas expresiones no son exageradas si se tiene en cuenta que el mismo documento de la COP17 acepta que las reducciones voluntarias de los países no son suficientes para evitar el aumento de temperatura de 2°C que la comunidad científica asegura que provocaría un cambio climático peligroso, y que el mundo ya está viviendo las consecuencias que se auguraban para el futuro.
“Esta cáscara vacía de plan deja al planeta volando a toda velocidad hacia un cambio climático catastrófico”. Andy Atkins, director ejecutivo de Friends of the Earth.
Sin embargo, existen voces que destacan lados positivos, o al menos alternativos de Durban. En un editorial en The Guardian, el ex asesor del gobierno inglés Michael Jacobs destaca que las conferencias climáticas de la ONU no tienen como objetivo reducir las emisiones, sino crear condiciones para que las políticas e inversiones para el recorte de emisiones sucedan, y en ese sentido -dice- la COP17 fue un éxito.
Según Jacobs, el documento final establece que los países deben hacer más y que el problema de cambio climático debe ser abordado desde un marco de ley internacional. “¿Nos salva Durban del calentamiento global? No. Como las ONGs ya han señalado, no mueve al mundo del camino a un aumento de la temperatura de cuatro grados en el que estamos caminando. Pero ayudará a reforzar la lucha en su contra”, dice.
Por otro lado, otras voces que destacan que el camino de la ONU es necesario para dar señales al mercado, pero que el cambio real vendrá de la acción local: desde estados, municipalidades y entidades privadas que trabajan desde ciudades implementando soluciones para reducir emisiones.
Esta última parece ser la visión más realista y esperanzadora: las negociaciones en el marco internacional parecen ser demasiado lentas para la urgencia del problema, por lo tanto la acción deberá venir de gobiernos a nivel local. Mientras tanto, el estado de Qatar se prepara para recibir a la COP18 en un año.
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